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miércoles, 26 de marzo de 2014

Nota suicida

¡Cuántas cosas sabe la luna! Aunque es absurdo decir eso, pues la luna no puede saber: no tiene las capacidades para pensar y ser consciente de algo. A menos que lo haga de una forma tan diferente a la nuestra, que no nos damos cuenta de que pasa. Como sea, a los poetas nos encanta usar la luna como testigo y, a veces, también mensajera, ya que siempre está presente, viendo todo durante la noche. Y en la noche sí que pasan cosas ¡Y qué cosas! No obstante, la luna tampoco puede ver porque no tiene las capacidades para hacerlo. Al menos, no en nuestra forma.

El punto es que nos encanta usarla como unidad omnipresente y omnisciente que hace las veces de testigo, cómplice y juez, de modo que se haga referencia a algo tangible, en vez de apelar a una divinidad, evadiendo las discusiones sobre la ontología divina. Sin embargo, realmente, decir que la luna sabe muchas cosas es tan acertado como decir que una roca sabe mucho o que un dios sabe mucho. Mas la luna es tan hermosa que todo lo que sea con ella, queda mejor.

Entonces, aunque sea absurdo, digamos poéticamente que la luna sabe muchas cosas. Nada menos, en este instante, hagamos el intento de inventar cuánto podría saber ella sobre la cuadra donde vivo. Sabría que cuatro familias enteras duermen plácidamente, pero en otra familia, uno de los hijos tiene una pesadilla. Conocería el hecho de que, en otra casa, todos duermen tranquilamente, mientras la hija de dieciocho años se masturba pensando en su prima. Así como el hecho de que la torta de cumpleaños de la hija de los de la esquina se quedó afuera de la nevera y la están saboteando las hormigas y una cucaracha. Sabría que en otra casa los dos padres duermen profundamente mientras los dos hijos preadolescentes se desvelan viendo una película de terror que les causará pesadillas. Que en dos casas más, los padres tienen sexo de la forma en que no quieren que sus hijos tengan, mientras el resto de habitantes duerme sin sospechar nada; pero en otras 2 casas, los padres tienen un sexo decepcionante y ya a nadie le importa si eso aún pasa o no. La luna tendría conocimiento de que, en tres casas más, los hijos varones adolescentes se masturban sin razón específica, y que en otras dos, un grifo mal cerrado aumenta la cuenta de cobro del agua. Sabría (y esto no tenemos que inventarlo) que en esta casa, alguien se desvela especulando acerca de lo que ella sabría y lo que no, mientras alguien duerme plácidamente y otro alguien duerme a la fuerza. Sabría que yo no estoy tranquilo porque ella está dormida con pastillas. Y quisiera poder mentir sobre esa última afirmación.

¡Cuántas especulaciones!
Creer que la luna tiene sensaciones
Se despliegan en soliloquio
Creencias de un repugnante loco
Ensalza la bella simplicidad
Posterior a la gran atroci-La noche ya no está para poesía. Mejor, tratemos de revisar cuánto sabe la luna sobre mí en esta noche. Es más urgente o más necesario e, inevitablemente, real. La luna sabe que yo estoy sobre mi cama, preparando el fin en silencio para que mi hermana no se despierte. La luna sabe que hace unos minutos, traté de esconderme de ella misma porque mis acciones no eran dignas de su vigilia. Ella sabe que perdí el control de mí y que ahora me repudio. La luna supo antes que nadie, lo que mañana todos sabrán cuando vean mis pies colgantes. La luna sabe que estoy apenado con ella, señora de la noche.

¡Carajo! ¿Cómo es mi sensibilidad, si me ocupo más de la luna que del daño que causé? ¿Cómo es que no puedo ser un cobarde y acabar con todo sin antes hacer reflexiones absurdas y arte de tres pesos? Es que soy un criminal, pero sigo siendo poeta.

La luna sabe que no resistí más su indiferencia y que le di el suficiente somnífero para que durmiera por un buen rato y no opusiera resistencia a mi presencia. La luna sabe que sentí el mayor placer, aunque su cuerpo estuviera inerte, porque disfruté ver cómo su carne rebotaba. La luna sabe que cuando el clímax pasó, me sentí despreciable, miserable, indigno de cualquier amor. La luna sabe que cuando la vi, majestuosa guardia de la noche, al salir del cuarto de mi sobrina, bestializado y culpable, advertí que ella me había visto. Sabe que en ese instante me acobardé y decidí terminar mi parte en la historia; pero que antes de eso, me tuve que detener a contemplarla. Y escribo lo siguiente antes de colgarme porque de ello debe quedar constancia: fui un criminal, pero seguí siendo poeta.