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lunes, 16 de noviembre de 2015

A la espera

Una parte de mí se quedó estancada en el atardecer en el que comprendí que no volvería. Se quedó a la espera eterna de escuchar las llaves atadas a su cinturón anunciando su regreso de la misa. Se quedó en ese momento en el que me di cuenta de que el mundo había cambiado. Puedo recordar lo común que era escuchar ese tintineo y compararlo con lo que ahora desearía escucharlo de nuevo.

El bambuco y las canciones viejas inevitablemente me lo recuerdan a usted. Afortunadamente, aprendí a recordar lo lindo para no llorar cada vez que las escucho. Pero Pueblito viejo y un recuerdo tibio, como sus tiernas aunque toscas manos, que me encharca los ojos.

Me parece asombroso que haya pasado tanto tiempo. Ya estoy caminando la segunda mitad de una década sin usted. Pero el recuerdo de sus abrazos sigue como si fuesen tan recientes. Y ahora encuentro un significado para "viejo" que se me sale por los ojos.

Creo que me gusta el vino porque a usted también le gustaba. Aunque a usted le gustaba dulce, muy dulce, y a mí me gusta seco. Supongo que prefiero las bebidas y los alimentos al clima porque a usted le gustaban así también. Todavía escribo sobre usted y llevo el conteo de los años de vida que habría cumplido: 93. Todo lo bueno que hago, lo anoto a su memoria. Y, en contra de mis creencias, pero a favor de las suyas, esperando que valga de algo para su alma, voy a misa cada año. Son mis intentos por que siga vivo. Aun así, no alcanza para tener otro abrazo suyo. Nunca alcanzará ya.

Necesitaba apaciguarme con estas letras, los golpes de pecho no valen de nada. Ya debo seguir con la rutina. El estudio, algunos bares, las personas, los gatos y la espera de que vuelvan a sonar sus llaves.