Escribir por escribir, qué grandes ideas las de la medianoche. A propósito de eso, es curioso: los pensamientos cambian de acuerdo al momento del día. Quizás es el nivel de compañía, o mejor, el silencio que hay en varios momentos del día, lo que influye sobre los estados mentales. En el día, los pensamientos suelen encontrar restricciones y distracciones. En la noche, se desatan como caballos al galope.
Sin embargo, los caballos cambian. Antes de la medianoche, están amaestrados, son de paso fino. Antes de la medianoche, pensando, hasta se pueden encontrar soluciones o generar ideas factibles y provechosas. Quizás, hasta geniales. Luego de la medianoche y hasta la madrugada, los caballos pierden los estribos, son salvajes, van al trote, arrasando con todo. Entre la medianoche y la madrugada, la impulsividad es la que piensa y todas las decisiones son de pura valentía (especialmente si se habla de romance). Y, aunque los pensamientos surgidos después de medianoche también pueden ser geniales, probablemente no se ajusten a la sociedad.
En la noche, cuando la mayoría de la ciudad duerme, el silencio es inevitable. Inclusive, si se quiere poner música para evadirlo, se notará que el volumen no necesita ser muy alto. Eso mismo es el recuerdo de que el silencio está vigente y de que su reinado es en ese momento. El silencio invita a pensar. Todas esas cuestiones que de día fueron calladas por el comercial de televisión, por el accidente en la vía, por el ruido de los cubiertos, por la incomodidad en el ascensor... todas esas cuestiones, no encuentran nada más que las calle cuando el silencio les da la palabra.
Mi madre dice que el silencio es aterrador porque le obliga a uno a encontrarse consigo mismo. Yo pienso que tiene razón, pero no creo que sea aterrador per se. Pienso que eso refleja que ella teme a sí misma y a sus pensamientos. No obstante, yo ya no sé si envidio o compadezco a aquellos que tienen pensamientos calmados. Yo no me asusto con mis pensamientos, pero me enloquecen.
Lo que pretendo ilustrar es que la noche hace hablar al pensamiento, probablemente porque el silencio lo permite así, y se generan ideas de resaltar.
Bueno, realmente, no pretendo ilustrar eso. No pretendo ilustrar nada. Ese no es el tema ni el propósito de este texto porque este texto no tiene tema ni propósito. Por lo tanto, todos los temas y todos los propósitos le pueden pertenecer. Yo solo escribo.
Escribir por escribir. Mas escribir siempre tiene una razón. Empecé diciendo que iba a escribir por escribir. Obviamente, no. Yo escribo por muchas razones, sé que una de esas justifica esta escritura. Escribo para sacar las bestias. Escribo para hacer inventario mental. Escribo para compartir la alegría. Escribo para intentar comunicar. Escribo para enterrarme el puñal. Escribo para no morir. Y en ocasiones, hasta creo que escribo para resucitar.
Pero, por esta vez, intenten creer que solo escribí por escribir. Es un favor a la autora.
Sin embargo, los caballos cambian. Antes de la medianoche, están amaestrados, son de paso fino. Antes de la medianoche, pensando, hasta se pueden encontrar soluciones o generar ideas factibles y provechosas. Quizás, hasta geniales. Luego de la medianoche y hasta la madrugada, los caballos pierden los estribos, son salvajes, van al trote, arrasando con todo. Entre la medianoche y la madrugada, la impulsividad es la que piensa y todas las decisiones son de pura valentía (especialmente si se habla de romance). Y, aunque los pensamientos surgidos después de medianoche también pueden ser geniales, probablemente no se ajusten a la sociedad.
En la noche, cuando la mayoría de la ciudad duerme, el silencio es inevitable. Inclusive, si se quiere poner música para evadirlo, se notará que el volumen no necesita ser muy alto. Eso mismo es el recuerdo de que el silencio está vigente y de que su reinado es en ese momento. El silencio invita a pensar. Todas esas cuestiones que de día fueron calladas por el comercial de televisión, por el accidente en la vía, por el ruido de los cubiertos, por la incomodidad en el ascensor... todas esas cuestiones, no encuentran nada más que las calle cuando el silencio les da la palabra.
Mi madre dice que el silencio es aterrador porque le obliga a uno a encontrarse consigo mismo. Yo pienso que tiene razón, pero no creo que sea aterrador per se. Pienso que eso refleja que ella teme a sí misma y a sus pensamientos. No obstante, yo ya no sé si envidio o compadezco a aquellos que tienen pensamientos calmados. Yo no me asusto con mis pensamientos, pero me enloquecen.
Lo que pretendo ilustrar es que la noche hace hablar al pensamiento, probablemente porque el silencio lo permite así, y se generan ideas de resaltar.
Bueno, realmente, no pretendo ilustrar eso. No pretendo ilustrar nada. Ese no es el tema ni el propósito de este texto porque este texto no tiene tema ni propósito. Por lo tanto, todos los temas y todos los propósitos le pueden pertenecer. Yo solo escribo.
Escribir por escribir. Mas escribir siempre tiene una razón. Empecé diciendo que iba a escribir por escribir. Obviamente, no. Yo escribo por muchas razones, sé que una de esas justifica esta escritura. Escribo para sacar las bestias. Escribo para hacer inventario mental. Escribo para compartir la alegría. Escribo para intentar comunicar. Escribo para enterrarme el puñal. Escribo para no morir. Y en ocasiones, hasta creo que escribo para resucitar.
Pero, por esta vez, intenten creer que solo escribí por escribir. Es un favor a la autora.