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jueves, 28 de noviembre de 2013

Pesimismo

Ella iba distraída, murmurando con poco ritmo las letras de la banda argentina que sonaba en el mp4 y tratando de saber si sus supuestos acerca del destino de sus compañeros de ruta eran acertados. En eso aparece él y le dice: “Entonces la buena música con usted es usual”. Pero tristemente, ella (o mejor, el alto volumen de la canción) arruinó el momento y su frase de entrada tan apropiada, pues le fue necesario preguntar qué le había sido dicho luego de siquiera percatarse de que él se había sentado en el asiento vacío adyacente.

¿Han escuchado hablar de la leyenda del hilo rojo? Esta leyenda dice: “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, el lugar o las circunstancias. El hilo puede tensarse o enredarse, pero nunca romperse”. Ella conocía la leyenda y en ese momento la recordó. Pensó que quizá sí era cierta y podría ser que el extremo del hilo rojo atado a su meñique estuviese en el puesto al lado suyo, atado al meñique de ese hombre. Él le volvió a preguntar tan cálidamente como el día anterior, cuando le habló por primera vez, que cómo estaba y, cuando fue oportuno, le hizo un sutil halago. Desde el día anterior, ella empezó a agradecer que el recorrido de la ruta fuese tan largo y los conductores, tan lentos.

Bajó el volumen de la música y dejó solo un audífono para poder hablar con Santiago –el nombre más escuchado en su vida. Acaso eso influyó para recordarlo o acaso fue el brillo en los ojos de él mientras lo pronunciaba al presentarse. Sea como sea, recordaba su nombre y eso era remarcable, ella es un desastre recordando nombres. Él le comento que estaba ansioso por terminar la publicidad de esa librería de literatura erótica, pues sentía que era un proyecto que le demandaba más creatividad de lo normal y le permitía expresarse más abiertamente. Luego, cuando ella le dejó saber la canción del trío de Seattle que estaba sonando, él le habló de una banda que había escuchado recientemente por primera vez. Intercambiaron opiniones musicales y comentarios absurdos acerca de las cosas más triviales de la cotidianidad, como: “Los avisos de "Dios te ama" no saben de publicidad”. Y ellos se sentían felices, una buena conversación puede dar felicidad, y las mejores conversaciones son las que incorporan esos elementos: música y trivialidades.

Ella intentaba prestar mucha atención a cada detalle de él: su barba hacía un remolino a cada lado, sus carpetas emanaban un viejo olor a café, el nudo de la corbata demostraba su uso poco frecuente y sus ojos brillaban más que las gafas extremadamente limpias sobre ellos. No quería desperdiciar las lindas emociones, pretendía guardarlo mentalmente en caso de que el hilo rojo se volviese a enredar. Y por estar abandonada a dicha labor, casi se gana una caminada de media cuadra extra, la cual habría lamentado por semanas. Por fortuna, Santiago le hizo caer en cuenta de que habían llegado a su parada. Santiago, el de la ruta. Santiago, el publicista. Santiago, su ahora salvador.

Se bajó del bus y agradeció al conductor, quien, sumido en la lectura del periódico amarillista de la ciudad, no respondió nada. “Podría acostumbrarme a ese compañero de ruta” pensó, y sonrió tontamente mientras recordaba las torpezas dichas, acompañadas de una sonrisa igual de tonta. Bastaron once pasos, una sonrisa y tres cambios súbitos de canción en el mp4 para que el estruendo la hiciera sobresaltar y voltear su mirada, así como la de todos los transeúntes. El bus del cual se había acabado de bajar era ahora un acordeón contra una columna del puente peatonal. Pensando que posiblemente había acabado de burlar la muerte y huyendo de ver sangre, cruzó la puerta frente a la que estaba y entró a su lugar de trabajo en pánico.

Luego de un día con los nervios de punta, muchas aromáticas en el trabajo, una noche de sueño intermitente e intranquilo, y aún en shock por su casi muerte, al día siguiente decidió que lo más sano para ella era abordar un taxi camino al trabajo. El trayecto de la casa a allí no tuvo novedades y la jornada laboral transcurrió sencilla y fluidamente. Inclusive hizo bromas acerca del accidente y le pareció exagerada su resolución de gastar plata en taxi, perdiendo así la oportunidad de ver a Santiago. ¡Santiago! ¿Qué habría pasado con él? Apenas se lo preguntaba. Algo como una preocupación surgió frío en su estómago, pronto se desvaneció entre las tareas del día.

Cuando terminó la jornada laboral y ella iba en camino a la salida, vio sobre el escritorio de recepción un periódico con un titular que decía: “Imprudencia de conductor causa fatal accidente” y aparecía la imagen del bus-acordeón que ella había visto el día anterior. Tomó el periódico y leyó la noticia. Cuando concluyó, aún con el periódico en manos, alzó la mirada y la posó sobre un punto fijo en la pared. Luego, al tiempo que dejaba deslizar el periódico de nuevo sobre el escritorio, dijo con una expresión y un tono de suficiente conocimiento: “Siempre lo supe, la muerte disfrutaría primero del amor de mi vida que yo”.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Poema seis

Desespero. Aún me está persiguiendo
¿Funcionará si dejo de huirle?
No. Si me alcanza, me estaría muriendo
Es más seguro confundirle

Pero ¿qué coartada le tiendo?
¿Cómo hacer que se olvide de mí?
No se le escapa ni el viento
Creo que nada le haría sucumbir

Me está precipitando a la muerte
Aunque esta no garantice libertad
Comparado con ella, es más fuerte
Más que el universo en su totalidad

De hecho, el universo es esclavo suyo
Por eso yo sigo sin escaparme
No obstante, aunque sea inútil, huyo
Pues no es ni opción derrotarle

Quisiera cometer un acto heroico
En nombre de la ficción dominarle
Mas estar en su carrera es lo único lógico
Otra acción, sería entregarme

miércoles, 23 de octubre de 2013

Orgasmos para gatos

Esa no es una casa tan de locos para ver quién es su dueña. Magdalena no es del tipo de personas que suben las escaleras de una en una o se visten de negro para ir a entierros. Ella regala flores tejidas en crochet porque considera que regalar cadáveres de flores no es un bonito detalle. Usa mochilas, en vez de cualquier otra clase de maletín o bolso, en las que sumerge todo lo que tenga que llevar consigo en el orden que el azar determine, aunque luego le sea una odisea extraer algo de allí. Hace compromisos sobre compromisos porque su atención es como la de un cachorro en un parque, y logra sortear este impasse debido a que la noción de tiempo funciona diferente en ella.

Su cabello simplemente cae sobre sus hombros, senos, espalda y brazos como finas pinceladas castañas rojizas. Sus brazos tintinean al moverse por todas las manillas y pulseras que lleva. Las blusas que usa son tan largas, que parecen vestidos y le hacen ver la cara aun más alargada. Ella toda es una explosión de color y risas, sin memoria ni preocupaciones, y explica sus continuos despistes diciendo que es demasiado alegre para tener buena memoria.

Y la casa de Magdalena no es del tipo de viviendas que tienen juegos de muebles de sala y comedor, porcelanas y fotografías familiares alrededor. Pero tampoco es tan peculiar como ella. Uno esperaría encontrar cojines en el suelo, en vez de sillas; tazas usadas con residuos de té y café y libros abiertos por varias partes de la casa; y un olor indescifrable, pero, ciertamente, proveniente del reino vegetal.

Sin embargo, esa casa es como un punto medio entre esas dos descripciones. Es realmente un apartamento en un edificio cerca al centro, pequeño pero con suficiente espacio para ella y sus tres gatos (quizá los gatos sean axiomáticos en las personas peculiares). Tiene una sala principal amplia (en proporción con su contenido) donde hay una mesa de cuatro puestos que hace las veces de escritorio, comedor y sala. En una de las paredes de esa sala, hay cuatro repisas vacías dispuestas en zigzag ascendente para los gatos. Luego, un pasillo lleva al baño social y a la única habitación del lugar. Dicha habitación tiene baño privado y el tamaño apropiado para una cama doble, un closet, una mesita de noche atestada de libros, revistas, hojas y cuadernos; una lámpara de piso, una butaca (que hace las veces de silla de escritorio) y un mueble con divisiones para libros y televisor, donde en vez de televisor hay un computador portátil y una impresora, y los espacios para libros son habitaciones de gatos con cobijas, cojines y ratones de trapo. Continuando por el pasillo, se llega a una cocina pequeña que tiene una puerta hacia el patio del apartamento.

No hay ningún olor característico en la casa de Magdalena, excepto por la habitación que huele a su perfume de uvas. Y aunque se pueden encontrar muchos libros en esa casa, no están tirados en cualquier parte. Ni hay tazas sucias por todos lados. Al parecer, Magdalena guarda algún sentido del orden. Ella sí tiene algunas fotos familiares colgadas alrededor de la casa, y también unas cuantas pinturas. Mas no tiene porcelanas, las encuentra detestables y poco expresivas. Sintetizando, la casa de Magdalena podría pasar por una casa normal si se le añade un televisor y un juego de muebles de sala. Y la facilidad de volverla normal, le quita congruencia respecto a su dueña, pues no hay forma de hacerla pasar a ella por alguien del común.

Con la primera visita a esa casa, me sorprendí de ver que mi imaginación la había exagerado. Por esa época estaba empezando a entender que con Magdalena hay que acostumbrarse a las sorpresas. Aunque realmente no me fijé en todo eso en el transcurso de aquella primera visita, sino en reflexiones posteriores estando solo. Es que en la primera visita iba ocupado amando a Magdalena, eso es suficiente para distraerme de todo lo ajeno a ese hecho. Mi amor hacia ella es de esos que deberían ser perjudiciales para la salud porque son demasiado embriagantes. El deseo que despierta en mí el roce de su cabellera es suficiente para hacerme olvidar todo lo convencional de la vida y creer que existe solo un mundo resumido en esos cabellos rojizos.

Esa vez de la primera visita, cuando íbamos camino a su apartamento por el edificio, íbamos como una pareja de novios inocentes tomados de la mano. Hasta que llegamos a su puerta. Ella abrió y me hizo entrar delante de ella para poder plantarme un beso en la nuca cuando yo pasara, justo antes de cerrar la puerta de nuevo. Magdalena conoce mis puntos débiles. Con ese beso olvidé reparar en cualquier detalle del lugar y me dedique a explorarla solo a ella. Para cuando llegamos a la habitación, estábamos un cuarto desnudos. La chaqueta y el saco que traíamos cayeron de primeros, a unos pasos de la puerta del apartamento. Los zapatos y medias quedaron a lo largo del pasillo y a la entrada del baño social, encontró lugar la blusa de ella, a dos pasos de mi camiseta.

Los gatos caminaban sobre nuestras pertenencias y sus ronroneos y maullidos ambientaban la escena. Cruzamos el umbral de su pieza y mis manos emprendieron una expedición guiada por el torrente de su cabello, que las llevó por todos los rincones de la parte superior de ese cuerpo bohemio. Ella me desnudó con gracia, ligera y delicadamente, de forma casi imperceptible. Las yemas de sus dedos despertaron cosquilleos y pequeñas explosiones dentro de mi piel a medida que desabotonaban mi pantalón y me liberaban de él. Y mientras deslizaba por mis piernas abajo la última prenda que quedaba en mí, el vaho de su aliento activó algún volcán en mi interior, y podía sentir cómo la lava se derramaba por mis venas. Mi percepción de los estímulos relacionados a esa mujer aumentaba considerablemente y me sentía como el lobo: la veía mejor, la olía mejor, la escuchaba mejor y… Ese día había sido agitado, ella se encontraba cansada y era como una gata más: ronroneaba (su ronroneo me excitaba) y me mordisqueaba la oreja de forma juguetona. Magdalena no sabe controlarme, pero, seguro, sí sabe descontrolarme.

Pasaron algunos minutos para mí, no sé cuántos para ella. Es más, no sé si para ella los minutos corren, o si tiene otra forma de medir el tiempo. Quizá mide el tiempo en ronroneos de gatos, que eran lo único perceptible fuera de nosotros aquella vez. Pasaron algunos minutos para encontrarnos desnudos por completo, en una guerra contra el tiempo que yo pretendía luchar con ella, pero que ella insistía en librar contra mí. La respiración arrítmica se escuchaba armónica acompañada por cortas melodías vocales. Las bocas se desesperaban por no poder abarcar todo lo que se les antojaba de una sola vez. Los ombligos se unían y rechazaban. Las piernas se confundían de dueño. La piel sentía comezón por no poder ser tocada en su totalidad por una sola caricia. El lenguaje se entorpecía por no querer aceptar la inefabilidad del momento. La humedad en nuestro microcosmos aumentaba de forma directamente proporcional a la temperatura interna de nuestros cuerpos. El aire no sabía si sobrarnos o hacernos falta, o ambas cosas al tiempo. La guerra seguía desarrollándose con una violencia placentera y no podía predecirse su ganador. No obstante, la batalla final llegó y culminó con un gemido femenino irregular y detonante que me hizo pensar que fue ella la vencedora.

Poco antes de y cuando el victorioso gemido orgásmico de Magdalena estuvo ocurriendo, se presentaron los tres gatos en la habitación, uno tras otro, queriendo subir a la cama al lado de ella. Hubo que bajarlos por cuestiones sanitarias y de comodidad cada que lograron trepar al lecho, así que se conformaron con mirar desde el suelo cómo el clímax de su dueña tomaba fuerza e iba pasando. Dirigían sus orejas hacia los fragmentos vocales de ella, estiraban sus cuellos y sus pupilas crecían y disminuían para enfocar y tratar de no perder ningún detalle. Hasta que Magdalena y yo quedamos exhaustos, tendidos en la cama de cualquier manera, sin nociones de encima o debajo, los gatos estuvieron vigilantes del acontecimiento. Al vernos en esa disposición, se marcharon del cuarto con la característica indiferencia felina.

Luego, cada vez que hicimos el amor en su apartamento, los gatos aparecieron como la primera vez, testigos curiosos del orgasmo de Magdalena. Siempre olvidábamos cerrar la puerta, usualmente quedaba entreabierta. Íbamos muy ocupados para atender a minucias. Entonces, los gatos se sobaban contra el umbral y terminaban de abrir para entrar en el aposento. Ronroneaban duro y miraban nada que no fuéramos nosotros. O nada que no fuera Magdalena, mejor. Sus pupilas se crecían y sus orejas se movían en dirección a los suspiros y gemidos femeninos, como en la primera vez. Y todas las veces se sentaban elegantemente a asistir a los orgasmos de ella, solo a los de ella.

Después de unas cuantas veces de observar ese comportamiento en los felinos, empecé a pensar que los orgasmos femeninos debían ser sentidos extraordinariamente por los gatos, quienes, en su misterio, querían presenciarlos de cerca, como si fuesen para ellos, sabrá Zeus para qué fin. Pero luego de más observación y una reflexión detenida, se me ocurrió que no cualquier mujer podría despertar el interés de una criatura tan indiferente como un gato. Me convencí, entonces, de que mi amada es tan peculiar, que hasta los gatos se asombran de su extravío de la norma. Y ahora, soy un completo creyente de la autenticidad de Magdalena, autenticidad que me ha enamorado. Mi prueba para creer, que los suyos sean orgasmos para gatos.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Mi musa

Hoy mi musa me saca excusas
Le pregunto si me quiere
Y es como si no estuviere
A veces creo que ella me usa

Un poeta me echó carreta
Sobre mi musa caprichosa
Que no existía otra cosa
Para atraerla, que una cometa

domingo, 1 de septiembre de 2013

Poema Cinco

Intentando buscarle un nombre a este poema, decidí que mejor seguía enumerando aquellos poemas que me dieran dificultades al nombrarlos. Esto principalmente porque, si bien, para mí, la parte más desafiante de cualquier obra es nombrarla, siento que hay poemas que simplemente no admiten nombre.
Este poema es fruto de un cuestionamiento personal sobre la poesía que venía escribiendo, como también fruto de inspiración gracias al Festival Internacional de Poesía Luna de Locos. Espero que lo disfruten tanto como yo y que lo quieran y puedan dedicar.


Me enamoré de ti como en un tiempo me enamoré del socialismo
y como ahora me enamoro de la idea esperanzadora
de encontrar un punto adecuado entre capitalismo y socialismo.
Como me enamoré del inconformismo desde mi adolescencia,
y ese es el amor más necesario que te sostengo sin escepticismo,
porque dime ¿qué es la vida sin inconformismo
sino una renuncia a la crueldad del determinismo
y a la incertidumbre del azar?

Me enamoré de ti como me enamoré de la literatura
primero en prosa y luego en verso, agregando adverbios
escribiéndote en el aire y en los astros haciendo lecturas
concatenando grafemas y fonemas sinceros para tu gusto
volviendo a crear sobre ti, por ti y para ti, mi cultura.
Me enamoré de la mejor forma que me pude enamorar
me enamoré de ti como me enamoré de la literatura
que es el más embriagante amor que puedo jurar.

lunes, 26 de agosto de 2013

Carta a tú

Lo que diga el calendario, la ciudad.

Señorita, Tú.


Cordial saludo:

Mis sentidos extrañan tu epidermis, tu olor, tu musicalidad, tus colores, tu sabor.

Son mis sentidos los que te extrañan, yo no extraño. Y extrañan a tus elementos, no te extrañan a ti. Tú no eres extrañable. Y, obviamente, yo no te extraño. Yo soy una persona muy bien puesta y no puedo desponerme por poner a alguien como objeto de la intencionalidad de mi mente.

Pero me empieza a molestar bastante que mis sentidos extrañen tanto a tus elementos, porque alguien podría malinterpretar esa información y decir que te extraño. Lo cual es totalmente improbable, porque solo han pasado 2 días, 5 horas, 42 minutos, 14, 15, 16… segundos desde que te vi la vez más reciente. Todavía no es tiempo suficiente para extrañar a alguien. Mi regla de oro afirma que solo después de 3 días se extraña a alguien.

La conclusión de esto es que, como yo soy una persona muy bien puesta (por tanto, no puedo extrañar), nos quedan 18 horas, 17 minutos, 29, 28, 27… segundos para vernos, antes de que yo corra el riesgo de extrañarte.

Recuerda que no eres extrañable, no te dejes extrañar. Tú eres recordable, dale un recorderis de tus elementos a mis sentidos.



Agradeciendo la atención prestada,
Yo.

miércoles, 31 de julio de 2013

León

“Estoy feliz. Por fin volveré a la libertad, por fin me reuniré una vez más con las sabanas y los bellos atardeceres. Por fin podré correr de nuevo, podré sentir el viento desordenar mi melena. Ya estaba cansado. Esas rejas me deprimían, el espacio era muy reducido, no podía correr. Llevo varios años sin correr, mis músculos deben ser torpes ahora. Cuando vuelva a mi tierra, tendré que correr lento y por poco tiempo. Luego, iré aumentando el tiempo y la velocidad, así podrán mis músculos despertar y volver a funcionar tan bien como antes. Espero que no me haya olvidado de cazar, desde que llegué allí, no tengo que buscar mi alimento. A esa celda llegan trozos de carne que tengo que comer aunque no me gusten, pues no puedo seleccionarla como cuando estoy en libertad.

”Ellos debían saber que yo estaba cansado y hoy me siento muy feliz de ver que finalmente atendieron mis pedidos. Después de todo parece que sí los entendían. Desde que llegué les supliqué que me liberaran de nuevo. Al principio preguntaba incesantemente qué había hecho para estar ahí y comía muy poco porque no me resignaba a entender cómo, de repente, dejé de estar descansando en la sabana y pasé a estar encerrado. Mis recuerdos son confusos. Sé que un día estaba tendido sobre la hierba, luego de haber comido. Me dio sueño, así que dormí. Cuando desperté, estaba como en una caja a donde llegaban trozos de carne ocasionalmente. Supongo que estuve allí varios días. Luego solo sé que amanecí en esa celda.

”Por un tiempo después de mi llegada, cuestionaba constantemente a todo el que veía para saber la razón de mi estancia en ese lugar. Les cuestionaba inclusive durante la noche. Pero al poco tiempo ellos me empezaron a disparar algo cada que oscurecía y eso me hacía dormir. Así que en las noches no podía seguir preguntando por qué estaba allí. Pero de día sí podía hacerlo. Por varias semanas hice oír mis porqués acerca mi estancia allí. Sin embargo, dejé de hacerlo eventualmente, ya que nunca obtuve respuesta. Además parecían no entenderme. Cuando les hablaba, los adultos abrían los ojos, me miraban feo, me miraban con compasión; y los niños pequeños se asustaban, lloraban y gritaban. Yo solo quería saber por qué estaba allí. Quienes me alimentaban también se asustaban cuando les preguntaba, y a veces me hacían dormir antes de entrar los trozos de carne a la celda para no tener que escucharme. Cuando no me dormían yo preguntaba por qué no me dejaban cazar, y ellos salían cautelosamente de la celda con miedo. Y si me intentaba acercar a ellos, me daban descargas eléctricas para que me alejara. Luego de un tiempo dejé de preguntar a los de la comida, porque no quería que me siguieran durmiendo antes de comer, era suficiente malo con que no pudiera cazar. De modo que solo le preguntaba a los visitantes diurnos.

”En algún tiempo me deprimí mucho, no podía correr y no había nadie con quien hablar. Las personas siempre se asustaban cuando yo les hablaba. Entonces decidí solo estar callado, acostado en una esquina. Cuando estaba así muchas de las personas me miraban con compasión y algunos reclamaban a otros por qué me tenían así de mal. En ese momento empecé a comprender que quizá ellos sí me entendían, pues se estaban preguntando entre ellos lo que por tanto tiempo yo les pregunté. Así que después de un tiempo viendo que ellos también se preguntaban lo que yo, decidí volver a preguntar. Y volvieron a reaccionar del mismo modo anterior.

”Para evitar el aburrimiento intenté correr en mi celda. Pero era muy estrecha, no podía hacerlo y me empezaba a sentir mal de estar tanto tiempo sin moverme. Me sentí mal durante un largo tiempo. Me dolían los huesos y a veces encontraba mechones de mi melena en el piso. Esto llamó la atención de los hombres que a veces iban con quienes me daban la comida y llegaron a la resolución de cambiarme a una celda más grande. Sin embargo seguía estando encerrado y, aunque podía caminar más, no podía correr.

”Estaba desesperado, por mucho tiempo había soportado ya toda esa situación que nunca mejoraba. Y yo nunca les había hecho nada malo, pero todos parecían temerme. Más debería temer yo a ellos, que fueron los que me trajeron aquí sin razón alguna, que me quitaron la felicidad de estar en mi tierra con mi grupo, libre. Pero yo siempre he sido valiente y aunque estaba muy desesperado, entendí que no me podía rendir. Así fue cuando decidí volver a preguntarle a los de la comida por qué yo estaba ahí, hasta que al fin me escucharon.

”Supongo que fue ayer u hoy más temprano, no puedo distinguirlo. Cuando abrieron la pequeña reja por la que entran los trozos de carne, me acerqué y les pregunté por qué me tenían encerrado, por qué no me dejaban cazar, qué había hecho yo mal. Mas ellos solo se asustaron y me amenazaron con electricidad. Pero yo estaba desesperado y no tenía miedo. De alguna forma logré hacer entrar en mi celda al que servía la carne. Lo tomé por los hombros y cara a cara le hice todas las preguntas que tenía. Él solo gritaba y luego de unos instantes sentí que me habían disparado y me empecé a sentir somnoliento.

”Y en este momento me acabo de despertar y me doy cuenta de que me están llevando en una caja similar a la que estuve antes de llegar acá. Estoy tan feliz de haber hablado con ese hombre, al parecer él sí me entendió. Y ahora estoy en camino a mi sabana de nuevo, por fin volveré a ser feliz. Espero poder volver a encontrar a mi grupo y que me acojan. Aunque claro, ya no podré mandar, estoy demasiado débil para hacerlo. Pero podré volver a estar en mi sabana con sus atardeceres y eso me hace feliz. Yo pensaba que ellos eran un peligro para mí y los estaba empezando a odiar. Pero veo que se apiadaron de mí y me dejarán ser feliz una vez más”.

En ese mismo momento, mientras el león recordaba sus años en el zoológico y se alegraba por el futuro que le esperaba, le pregunta el director del zoológico al veterinario si ya habían resuelto qué medidas tomar respecto al asunto del león, el cual siempre mostró ser muy agresivo y ayer intentó matar a uno de sus cuidadores mientras le servía la comida. El veterinario le responde que, justamente en ese instante, el león estaba siendo llevado al quirófano para aplicarle la eutanasia, pues se ha convertido en un riesgo para la comunidad.

miércoles, 26 de junio de 2013

Poema cuatro

He considerado que debo hacer un reclamo
¿Ante qué autoridad debo presentarlo?
Resulta que lo que quiero, pero que no quería
está pasando, lo estoy queriendo y no debería

Me ha invadido una población de mariposas
y tú traes sobre ellas consecuencias desastrosas.
Y de la nada, quiero unir mis labios a los tuyos.
Entonces, me enamoraste, eso es lo que concluyo

No por el hecho de quererte besar
de hecho, si algo odio, es asociar
el hecho de amar con un acto carnal.
Pero es un hecho, es mejor imaginar
que te beso, si a mi lado estás
que me miras, si a mi lado estás
tu temblor, si a mi lado estás
las cosquillas, si a mi lado estás.

Y todo eso me lleva a mi hipótesis corroborar
o quizás, por el contrario, a quererla refutar:
pues pensarte, extrañarte y querer verte
sólo te beneficia a ti enormemente
y el amor debe ser inherentemente recíproco
yo gano, tú ganas y los que nos ven ganan un poco.
Aunque, quizás, enamorarse es egoísta
te sientes bien sin importar lo que otros digan.

Teniendo las cosas desde ese punto de vista
lo digo y lo afirmo aquí y ahora
me perdiste entre tu alma
me descubriste y saliste vencedora
y yo soy a ti, como el asesino al arma.

Detrás del Arco Iris

“Me inspiré en varios sucesos. Cada color me recuerda algo. El rosado me recuerda el vestido de quinceañera que llevaba Dayana el día de sus 15 años, el mismo día en que mataron a su papá. Un hombre con una pañoleta en la cara llegó a la fiesta disparando, hirió a varias personas antes de dar con su blanco: el papá de Dayana. Nunca entendí por qué pasó eso, pero la fiesta se dañó completamente.

“El amarillo por ejemplo, me recuerda un vestido amarillo hermoso que tenía mi mamá: era de tirantes, tenía un bolero al final y era ajustado a la cintura. Se veía hermosa con ese vestido amarillo hermoso. Ella tenía ese vestido la vez en que mi padrastro llegó a la casa tarde en la noche y estaba ebrio. Él empezó a besar a mi mamá y a acariciarla, pero ella no quería. Luego estaban los dos en la cama, en lo que parecía una pelea, el hacía como un perro cansado y ella lloraba.

“Verde fue el color del uniforme que mi hermano llevaba puesto cuando lo mataron. Las balas le destrozaron el pecho. También tenía la cara pintada de verde ese día. Y el azul fue el color del agua de la piscina donde Juancho y Pablo ahogaron al Mono, el perro que mantenía por la cuadra, cuando estábamos pequeños. Ellos decían que fue accidentalmente. No entendí por qué dijeron eso, yo vi cómo se reían mientras hundían en el agua a la pobre criatura que movía sus patas con desesperación.

“Rojo, como el pajarito que a veces cantaba en el tejado de mi casa en la mañana. El pajarito llegaba a cantar alrededor de las 5 de la mañana. Mi mamá se levantaba histérica. Le gritaba al pajarito y le tiraba cosas hasta que se iba. Quizás el trabajo de mi mamá era muy agotador, era de noche, llegaba en la madrugada, dormía poco y siempre se levantaba de mal genio. Yo ya estaba acostumbrado a eso. Pero cuando el pajarito cantaba, ella me daba miedo. Le daba mucha rabia que la despertara. Yo a veces me escondía. Sus gritos demostraban su ira. Sus movimientos parecían ajenos a ella.

“Violeta, era el color con el que rayaba el rincón del cuarto de mi mamá donde me escondía cuando estaba cansado de que me insultaran por ser callado y reservado. El violeta me calmaba. Y el anaranjado me hace recordar a doña Jacqueline. En su último cumpleaños le hicieron una fiesta muy linda y le llevaron mariachis. Todo iba perfecto hasta que llegaron las flores. Yo vi cuando las llevaban, eran unas flores anaranjadas muy bellas. Se veían muy frescas y parecían muy frágiles porque las llevaban con mucho cuidado. Cuando doña Jacqueline las recibió, el señor que las entregó salió corriendo. En segundos se escuchó una explosión. Las flores tenían una bomba. La casa ardía en llamas anaranjadas.”

-¿Señor Narváez? –dijo el periodista extrayendo al pintor de sus pensamientos.
-Perdón, me distraje. ¿Me repite la pregunta?
-Claro, señor, ¿en qué se inspiró para hacer esta pintura?
-Ah sí, me inspiré en lo simple de la vida. En esas cosas bellas que a veces nos olvidamos de percibir porque perdemos la capacidad de asombro.
-Es un arco iris bellísimo. Esta pintura transmite emociones hermosas– interrumpió una de las fans del pintor que asistían a la rueda de prensa.
El pintor la miró fijamente y le respondió: Gracias, ese era el propósito.

sábado, 8 de junio de 2013

Amor nocivo

El amor no fue hecho para mí, no pudo haberlo sido
Si yo viviera enamorada ya habría sucumbido
El amor me llena y es extremadamente posesivo
No permite otra sustancia en mi sistema digestivo
En mí el amor tiene poderes sobrenaturales
Y controla mis sentidos con magia y rituales
Porque quiere hacerme tener nuevos ideales
Y todas mis acciones tienen similares finales
Pues todos mis sentidos tocan la misma canción
Y tienen el mismo fin de acuerdo a su función
Mi tacto solo quiere tu piel al igual que mi visión
Y lo romántico es el capricho de mi audición
No sé si es común, solo sé que esto me va a matar
Una única salvadora actúa, es la realidad
No debería preocuparme,no es la primera vez en pasar
Pero tú preocúpate, pues por ti este circo me va a acabar

viernes, 17 de mayo de 2013

No, don Gabriel, él no fue

El primer cuento corto que publicaré en Creaciones de Nathaly será No, don Gabriel, él no fue. Con este cuento participé en el VI Concurso Nacional de Cuento realizado por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia y RCN y quedé como semifinalista. Espero que lo disfruten.


Domingo, 06 de noviembre de 2011. Durante el desayuno, don Gabriel preguntó a qué horas había llegado su hija la noche anterior después de haber salido con su novio. Doña Martha, su esposa, le informó que fue temprano, lo cual demostraba lo juicioso que era el novio de su hija Ángela, Manuel. Ángela le confirmo esto a su padre y le pidió a doña Martha que le prepara un agua para el estomago, pues toda esa semana había tenido una leve diarrea.

Jueves, 10 de noviembre de 2011. Ángela salió para la universidad a las 7:23 A.M. Tenía mucho sueño y desaliento. Toda esa semana no había podido dormir bien porque el calor que azotaba a la ciudad desde hacía un mes la despertaba en las noches hasta 3 veces completamente sudada, y además seguía con diarrea. Cuando por fin logró abordar el bus ya se le hacía tarde para su clase, y se impacientó al ver que el bus estaba lleno y que le tocaba irse de pie. Para colmo de males, a unos minutos de haber abordado el bus, un joven con una gripa terrible se hizo al lado de ella y estornudó varias veces. Menos mal la pesadilla duró solo 24 minutos y pudo llegar casi a tiempo a dormir al salón. Perdón, a recibir clases.

Viernes, 11 de noviembre de 2011. Ese día Ángela amaneció con la peor gripa de toda su vida. Estornudaba a cada minuto, le lloraban los ojos, le dolía la garganta y todo el cuerpo, le empezaba a dar tos e inclusive tenía una leve fiebre. Ella no sentía ganas de hacer nada, además no había logrado dormir mucho la noche anterior porque el calor tampoco la dejó y le empezó a preocupar seriamente que la diarrea no se le hubiera quitado.

Sábado, 12 de noviembre de 2011. Manuel fue a visitar a su novia por la tarde, quien se encontraba en la peor etapa de la gripa. Entre tantos temas de los que hablaron, Manuel tocó el tema de la aparente pérdida de peso que desde hacía poco había notado en Ángela. Ella le confirmo que estaba contenta porque estaba rebajando esa grasa extra, pues había perdido 4 kilos en 2 o 3 semanas. Mientras hablaba con ella, él empezó a notar que Ángela estaba sudando demasiado, así que le tomó la temperatura y se alarmó al ver que tenia una fiebre de 38 grados. Rápidamente le aviso a doña Martha, quien decidió que lo más sabio era salir inmediatamente para el hospital con su hija.

Domingo, 13 de noviembre de 2011. Después de las revisiones pertinentes Ángela fue puesta en observación, pues su gripa avanzaba a pasos agigantados y para nada positivos. Ese día había amanecido con mucha dificultad para respirar y todos los síntomas anteriores se habían hecho más graves. Para la noche, Ángela debía pasar otro día en el hospital, pues su estado fue crítico y su dificultad para respirar seguía aumentando.

Lunes, 14 de noviembre de 2011. Ángela sería remitida a las 2:12 P.M.  a la unidad de cuidados intensivos, pues se había diagnosticado con neumonía. Ese día la tos disminuyó, pero dolía aún más al toser. Ángela se veía muy mal y claramente así también se sentía, además continuaba perdiendo peso y seguía con diarrea. El pronóstico sobre la salud de Ángela era reservado, y al paso al que avanzaba la enfermedad parecía que nada la podía parar. Estando en la sala de espera, don Gabriel aprovechó la situación para agradecerle a Manuel por ser tan bueno con Ángela y le expresó lo mucho que lo apreciaba.

El doctor que estaba observándola sugirió hacer una prueba Elisa para determinar si Ángela era portadora del VIH, pues los síntomas no deberían ser tan severos en una persona sana. El padre de Ángela se escandalizó ante tal propuesta. Doña Martha lo calmó y permitió que se hicieran los exámenes necesarios para saber cómo estaba su hija. El médico ordenó a la enfermera tomar la muestra de sangre y le dijo a doña Martha que para el viernes en la tarde le daban los resultados. Desde ese día, Ángela tuvo que dormir sentada porque ya no podía respirar acostada.

Jueves, 17 de noviembre de 2011. Para Ángela todo había seguido igual hasta que empeoró un poco más. Ya no sólo había flema cuando tosía, también había presencia de sangre. Hasta ese día Manuel acompañó a Ángela por las noches en la habitación del hospital, ya que a don Gabriel le empezó a inquietar la idea de que su hija tuviese SIDA, pues la culpa sería sólo de Manuel. Ángela ya se sentía más muerta que viva, ya solo respiraba por máquinas y se veía cada día más delgada. Desde hace unos días sus súplicas ya no eran para sanarse, sino para morirse prontamente.

Viernes, 18 de noviembre de 2011. Manuel no fue al hospital aquel día, pues notaba que la actitud de don Gabriel hacia él no era la mejor. Ángela había dejado de hablar, su vista era perdida y sin brillo y su piel adquiría un tono azulado por partes. Su sufrimiento fue tan fuerte que lo dejó de sufrir. Ángela empezó a agonizar. A las 4:20 P.M. Ángela falleció. Don Gabriel entró en un estado de ira impresionante y temible. Los resultados de la prueba Elisa aún no llegaban, pero él estaba totalmente convencido de que Manuel había contagiado a Ángela de VIH y que era el culpable de su muerte. A don Gabriel se le puso la cara roja, tenía lágrimas en los ojos, le temblaban las sienes y los puños y caminaba inestablemente por la sala de espera. Cuando doña Martha salió de la habitación con los ojos hinchados y las manos temblando, vio a su marido en ese estado y tuvo mucho miedo. De repente, con una voz que nunca le había oído a don Gabriel, doña Martha escuchó: “Voy a matar a ese desgraciado, ese infeliz va a pagar por lo que le hizo a mi niña ¡ese hijueputa me las va a pagar!” Y antes de que ella pudiera decir una palabra, don Gabriel desapareció de su vista.

Cuando llegó a la casa de Manuel, su destino planeado, don Gabriel llevaba una botella de cerveza que había cogido de la tienda de la esquina y cuando tocó la puerta, Manuel mismo le abrió. Manuel se asustó mucho al verlo así, pero antes de poder decir cualquier cosa, don Gabriel le partió la botella en la cabeza y luego se la clavo varias veces en el estómago sin decir ni una sola palabra, solo llorando. Cuando lo vio muerto, le dijo al cadáver: “Y yo que lo quería a usted como a un hijo, traicionero”.

En el hospital, muerta del miedo, doña Martha recibió un calmante y los resultados de la prueba Elisa, que decían que Ángela sí era seropositiva. El doctor le explicó que para estar seguros de eso deberían haber repetido la prueba y hacer otra más, pero que por la sintomatología parecía que Ángela sí era seropositiva y que ya tenía SIDA.

Martes, 28 de octubre de 2003. Un paciente portador de VIH estaba siendo atendido en el consultorio del doctor González, en el procedimiento hubo un poco de sangrado. Cuando la cita terminó, el doctor tomó un descanso hasta su próxima cita. Entonces se quitó los guantes y salió del consultorio. La asistente quedó a cargo de limpiar los instrumentos que se usaron, pero recibió una llamada y cuando colgó ya era hora de la próxima cita, así que simplemente cambió las servilletas y algodones, botó los guantes, limpió con una servilleta los instrumentos para que la sangre no se viera y los ordenó en la mesa. El doctor hizo seguir a su próxima paciente, Ángela, una niña de 9 años que necesitaba la extracción de un molar que impedía que uno nuevo saliera. Ángela se acostó en la silla y el doctor tomó los instrumentos para iniciar el procedimiento.